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Usuarios del Metro de Madrid abandonan una de las estaciones del suburbano tras registrarse un apagón a nivel peninsular Efe
El día que Madrid fue un caos por el apagón eléctrico

El día que Madrid fue un caos por el apagón eléctrico

Con preocupación por la seguridad en la noche del apagón, cientos de rescates y un gran atasco, la ciudad se llenó de caminantes

Lunes, 28 de abril 2025

Con una velocidad media de dos kilómetros por hora en las autovías y menos aún en las calles, Madrid colapsó. De una punta a la otra, del Bernabéu a Vallecas, la policía local intentaba poner orden entre los coches, conductores desesperados y prepotentes en una encrucijada de avenidas, que detiene también a la muchedumbre, a la espera del paso. Los semáforos estaban apagados, los silbatos policiales se imponían. Sorprendente, no se escuchaba ningún claxon. Los automovilistas mantenían la calma, también en la M30, en la que podían pasar diez minutos sin que se movieran las filas. Un trayecto de usuales 15 minutos se multiplicaron por diez.

En las primeras cuatro horas, se abrieron 1.679 expedientes en el 112 de la capital, y se atendieron a 462 personas por ansiedad e insuficiencia respiratoria, según datos oficiales. En este centro de atención se encontraba la presidenta de la comunidad, Isabel Díaz Ayuso con su gabinete de emergencia. A las siete, con el ocaso, lo que más preocupaba era la seguridad, mantuvo uno de sus consejeros: «la seguridad al caer la noche nos tiene ocupados».

Afuera, los bomberos, que atravesaban la ciudad con las sirenas en sus camiones rojos, atendieron otras tres centenas de atrapados en ascensores. Un humo negro en un Corte Inglés de la Gran Vía alertó los viandantes. Falsa alarma, era una cocina de fogones. La ciudad, en los puntos cruciales, olía a diésel quemado. Los viejos motores en los sótanos se ponían en marcha. Hospitales y otras estructuras tenían luz.

Madrid se echó a la calle a pie, para recoger a los hijos en los colegios o volver a casa cuando la esperanza de que volviera la luz en breve se perdió. Miles de caminantes ocuparon las aceras en ambas direcciones, invadieron el carril bus, intentaron mantener el ritmo de un variopinto rebaño Cuatro hombres de gorra y bota se orillaron de la marea humana, a tomar aliento. «Hemos caminado bastante, desde la obra hasta aquí. Hora y media», dice el mayor, acostándose en el suelo.

Más allá, como si fuera un meandro en un río, Jacinto Martín, conserje previsor de 56 años, mantiene a un grupo atento e informado en plena calle, gracias a un gigantesco radio casete, puesto en un banco. «Muy antigua, llena de polvo, salí a buscar las pilas. Diez gordas, que me costaron casi 20 euros». Los vecinos se juntan, algunos con una silla plegable. «No estamos preparados para algo así», dice.

Había taxis, había autobuses. Todos atrapados en un atasco interminable, que hizo de las calzadas algo parecido a una oruga gigante. «Estamos aquí, hay personal, pero los autobuses no se mueven», dice un conductor de la EMT, y señala a la esquina de Atocha, donde una decena de transportes de distinta numeración parecen aparcadas. «No hay metro, no hay cercanías, estamos solos».

La imagen del atasco se repite donde se mire. De este a oeste, de norte a sur. Entre ellos, los taxistas, a los que esperan en las estaciones, de Barajas a Chamartín. Ni uno en la parada.

En la estación de Atocha los pasajeros se acumulan afuera con sus maletas. Los más afortunados encuentran un trozo despejado para sentarse. Estuvo cerrada varias horas, desalojada y custodiada por la Policía Nacional. «No va a funcionar el día de hoy», dice uno de ellos.

Afuera con sus tres grandes maletas estaba Meilin Puertas, que tuvo tiempo de llegar a Barajas desde América, y llegar a Atocha para su tren a Sevilla, donde vive. Allí se quedó en la puerta. Sin información, sin dinero en efectivo, sin saber dónde pasar la noche si la situación se prolongaba. «Me quedé sin conexión, solo tengo tarjetas, no tengo nada. Necesito ir al baño, no conozco Madrid». No es una de las 35.000 atrapadas en los trenes con el apagón, pero es otra forma de secuestro.

En medio del caos, los andantes preguntan por donde deben ir para llegar a Torrejón, a Alcalá, a otras ciudades. Pocos saben responder. La masa no se detiene.

La noche se acercaba, y seguía las aglomeraciones de viajeros y vecinos, por horas en las paradas, en buses donde no cabía nadie más. Enfrente los comercios buscan a la desesperada la forma de bajar sus rejas, después de un día con «fuertes pérdidas. Estamos en época alta, con Madrid lleno, vísperas del puente, y no atiende el seguro, que debería venir a cerrar en tres horas. Pero con todo colapsado hemos recurrido a nuestro mantenimiento propio», reclama Chus Hernández, de la tienda de suvenirs Citiland, del Paseo del Prado, donde los museos están cerrados y los turistas copan el césped para un bronceado improvisado. En Madrid, en sol no se va con la luz y las terrazas también están llenas, con bebedores de cerveza caliente.

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