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Las voces del apagón en un barrio cualquiera
A pie de calle

Las voces del apagón en un barrio cualquiera

Mucho humor, resignación, transistores y alguna explicación profética: escuchamos a los vecinos y vemos cómo afecta el apagón al pequeño comercio de barrio

Lunes, 28 de abril 2025, 19:45

Ha pasado una hora. Un ajetreo tremendo sale de la panadería de la esquina. Dentro se despacha con velocidad, por supuesto en efectivo. En la cola, un hombre de mediana edad sujeta una minúscula radio encendida, bajita. Luce vieja, pero se la acaba de comprar. Teletrabajaba en casa y se ha enterado del alcance de todo al salir a la calle y preguntar. No espera poder comprar pan, pero sí algunos dulces «antes de que se acaben». En la panadería están terminando pronto con la producción, que terminó puntual a las 12:32, cuando se fue la luz en casi toda España. «Todo apagado: los hornos, las cámaras, la horchata, la bebida, todo», dice una de las trabajadoras. Otra nos cuenta cómo ha ido llegando la gente, y cómo han vuelto a su vida la calculadora, el papel y el boli.

Una radio recién estrenada en la cola de una panadería sujeta por su dueño, que intenta comprar unos últimos dulces de emergencia. L.A.

Otro grupo se arremolina en la acera de enfrente. Cruzar es peliagudo, pero llegamos bajo el rótulo de la ferretería, y mantienen una conversación animada. Un hombre de traje llega y pregunta: «¿Cuántos venís a por 'camping gaz'?» Varios levantan la mano, y dice «Pues hasta luego», y se despide con una sonrisa. Dentro, la dueña saluda con un «Vaya lunes», nos cuenta que la gente empezó a llegar «ansiosa» desde la una, pidiendo pilas, linternas, bombonas y radios, y que si lo hubiera sabido, se habría preparado un poco.

Más bullicio en el bar de la siguiente esquina, con toldo azul y generosa terraza. Cinco mesas repletas y ni un café: la cerveza reina, aunque, como apunta un parroquiano, solo «hasta que se caliente». En el ventanuco de la barra, una radio vieja con su distorsión característica. Ya son las dos en punto, y la locutora de Onda Cero comienza con una broma bien traída sobre el cónclave vaticano. En torno a la radio hay unos cuantos oyentes ávidos de información, una estampa que podría ser de hace cien años, pero el camarero no tiene tiempo de escucharla, no para de servir de aquí para allá.

Ni un café en las mesas de este bar de barrio en las que los parroquianos apuran las últimas cervezas frescas. L.A.

Donde sí hay paz es en el local de manicuras que hay al lado: la dueña ha podido cancelar las citas de manera analógica, y superando la preocupación y tomándose una licencia, está recibiendo una pedicura sentada medio a oscuras, mientras, entre todas las trabajadoras, comentan el percal. «¿Esto no es muy normal, verdad?», dice una, y otra de ellas, orgullosa, «Pues yo me compré el kit de emergencias justo ayer».

Los carros de un supermercado bloquean la puerta de entrada. L.A.

Dos supermercados están directamente cerrados, mientras que otro tiene la persiana a medias y dos personas de seguridad que prohíben la entrada si no se lleva efectivo.

Entramos y está a reventar. Hay luces de emergencia y las cajas funcionan, pero todas las neveras, las pizzas congeladas, los helados, la pollería y charcutería, todo se está lentamente echando a perder. No quedan botellones de agua, ni barras de pan. «La gente está como loca, como loca» nos dice un trabajador que intenta controlar el flujo de gente y que se queja de la falta de información.

Los estantes de pan de un supermercado, completamente vacíos. L.A.

Un aire aún más tenso encontramos en la gasolinera del final de la calle. En la tienda, dos trabajadoras nos cuentan que no pueden hacer nada, que ven miedo en la gente, y que las bombas de los surtidores son eléctricas y no pueden servir combustible. Un hombre entra y pregunta varias veces si es posible conseguir gasoil. Trabaja en asistencia a personas mayores, tiene un sistema de alimentación de emergencia, y les queda suministro como para una hora. Se marcha en su vehículo con cuidado con los viandantes y adentrándose en una vía repleta y sin semáforos. Cada vez hay más coches, porque es la hora de salida de los colegios del barrio.

Una gasolinera impide el acceso de los vehículos mediante unos conos. L.A.

En la puerta de uno de ellos, una niña saluda a su padre con la pregunta «¿Es verdad que se ha ido la luz?» a lo que él, cariñoso, le dice «Sí, cuidado con los vampirillos esta noche». Otros padres, sin embargo, están tensos porque no encuentran fácilmente a sus hijos. La profesora encargada de vigilar la salida acaba de llegar de su casa y no sabe cuánto se le ha contado a los niños en clase, pero sí que todo ha podido hacerse como debe ser, porque «no usan tablets, sino libros». En dirección contraria, una pareja recorre la calle con una bombona de gas de la gasolinera, compartiendo el peso.

Una pareja transporta una bombona de gas que acaba de conseguir en la gasolinera. L.A.

Una estampa curiosa: el empleado de una inmobiliaria barre la calle, con una tranquilidad envidiable. Han tenido que dejar de trabajar y «hay que ganarse el sueldo» haciendo algo. Otra imagen casi idílica: la dueña de una librería lee al sol junto a la puerta de su comercio, que se intuye repleto de libros a oscuras. Contra todo pronóstico, tampoco se pueden vender libros: no conoce muchos de los precios y el datáfono, por supuesto, es un pisapapeles. No obstante, en este par de horas ya le ha fiado libros a un par de clientes habituales que, frente a la imprevisibilidad, han sentido la urgencia de la lectura. Ella trata de relajarse, dice, porque está embarazada, aunque está «pensando en los pobres que estén en un quirófano, en un ascensor o en el metro».

Los vehículos circulan por las calles sin semáforos. L.A.

Termina nuestro paseo cuando un revuelo de ancianas religiosas con maletas irrumpe en la calle. Han de volver a su ciudad, pero visto lo visto van a intentar quedarse en casa de una conocida (y eso que son al menos una docena). Entre cláxones y alguna sirena nos dan una pista inesperada para entender el fenómeno. La profecía de San Malaquías ha revolucionado a todo el barrio, que vive un lunes sin duda distinto a todos los demás, pero donde, si uno no se fija demasiado, todo sigue exactamente igual: como mucho, la gente habla más, investiga, se ha vuelto a encontrar.

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